viernes, 10 de junio de 2011

El cuervo que se convirtió en tigre.

Intentos artríticos, perdidos en la desidia. Reconquistar nuestra vida, malograda por esa oportunidad que aprendimos a obviar; leímos como adversarios la calamidad del tacto entre cicatrices. Calar en la llama de tus huesos sin saber que firmaría la perdición, reveló al trasluz el comienzo de un instante que embrujamos a la vida: Una niña levantó sus ojos azules ante tu dolor, y con los dedos en clave de sol, atenazó una lágrima tras aquellas dos frases, que cortaron más tu aliento que el aire: "¿La reconoces? Me la enseñaste tú."


Porque Granada ya no existe; es voluntad, fulgor contra vuelo. Reflejo vertiginoso del cuervo que, por una vez, llevó al gusano en su pico sin destrozarlo hasta salpicar espejismos.


Crisol de iris encontrados en el frío suelo de lo que ni el impulso más encantador podría continuar. Quebrar esa línea impuesta por la claridad distraída de una historia inventada - sólo tú sabías hacer castillos de arena en tu magistral teoría del humo y su baile-


Cristalina. Invisible. Omnipresente, manipulada y desestimada por fiereza.
Y aquella chiquilla se reprimió bajando sus párpados, 
y aquel sollozo se abandonó al siguiente pentagrama
y aquel hombre se desdibujó y juró dejar de sentir.


Y la fragilidad de las palmeras, súbitamente, arrolló la fuerza de una canción.


City & Colour.


                                                                                                                                 Clytie.

domingo, 6 de marzo de 2011





Sólo una cuerda vibrando entre nosotros.
Clavo mis ojos en los tuyos, no sabes cómo duele saber que no puedo tenerte. Quieres besarme, y sonrío en el dominio del deseo: música convertida en potencia impetuosa que arrastra palabras en acto, sonidos en provocación aceptada. los próximos minutos serán deleite de vida, advertimos. robaremos la sangre del que no la tiene y jugaremos con ella hasta convertirla en lágrimas cristalinas, en escalofríos resentidos del atormentado. Sobran vuestras satisfacciones inconstantes, porque sólo nosotros intuimos el arte de transformar lo nuestro en tuyo.
Y aún así, desde la distancia que nos imponemos, siento tu alma cada vez más cerca de la mía. Sofoco la voluntad de rendirme a ella, e imagino la tensión que censurará contratiempos, adulando la futura semilla del éxtasis. Canalizamos la suspensión energética de la atmósfera, acaparamos anhelos caprichosos que murieron aplazados en esta opresiva rutina, y asediamos placer y existencia ajenos con el atrevimiento de dos cuervos saltando entre vidrio, arrullando emociones cuarteadas, apurando el boceto del dolor por su conmoción en el desenlace. 
Asustada al borde de mi esencia, me estremezco con la sensación de no saber quiénes somos. Envuélvela en tranquilidad, como sólo tú sabes hacerlo, y dejemos que se derrame en un compás desafinado...
Se ilumina el escenario. Aprendemos a viajar por rosas enmohecidas y frutos etílicos. No soy. No eres. Ni siquiera somos. 
Tiritamos en público, protegidos por el anonimato de las sombras en tus dedos.

Sólo hay susurro.
Sonando,
temblando.

Cantamos de madrugada en claves escondidas, indescifrables, encantadas en lascivia. Este instante, en una convulsión.
Somos calor que se desprende
en velas encendidas,
mesas redondas,
luces fundidas y errantes,
camareros desorganizados,
que saltan la razón del cliente para desafiar por inevitable erotismo.

Y quedamos nosotros.
Sonando,
temblando.

jueves, 17 de febrero de 2011

Seré breve.

Si fuera capaz de hacer sonar un acorde, amarraría tu alma a cada palabra que se escurre en el cristal, con la mía en la pupila. Pero estas jodidas frases, que son más tuyas que mías, caerán en saco roto. Serán como veneno. como tus malditos ojos. como un párpado cerrándose a la sangre de nuestro pasado. 
Y es que nos mece una serpiente deslizándose entre pasos vacíos bajo el edredón. araña tu dolor, pero no delates. No juegues con el que yo guardo en sueños que desgarré, en deseos de noches sin bandera que escuecen en el recuerdo: en esta vida sólo aprendí a esconder. ¿acaso serías capaz de violar la última pluma del ángel que escapó al otro lado de mi ingenuidad? 
Y nos miramos, hundidos en la mierda de la mancha del historial que nunca tuvimos. Y lo abrimos, sintiendo cómo duele, hasta matar aquello que no haremos.
Ahora no soy yo cuando canto, ni soy tú cuando me miras. porque estás tan cerca que no me atrevo a tocarte. Huelo tu miedo, apuesto el triple, y clavo el azul de las yemas de mis dedos en la ceniza que nos consume…
Y es el temblor asesino de tus manos, que no me permite pensar.
Y es mi voz tantas veces apuñalada, que quema en el imán de la sombra. 
Y dejar seis cuerdas a un lado,
abandonar,
despertar,
encontrarte más solo que nunca.

Seré breve, dije. Y estampé la guitarra contra el suelo.